Goldinfeit™
Quinientos años luego de que la tierra se estremeciera con el gran Sismaterral, un pequeño grupo de errantes encontró su destino entre montañas que ocultaban tesoros incalculables. Eran devotos de Protea, diosa de la abundancia y la protección, y habían vagado por incontables senderos, guiados solo por su fe y la promesa de un hogar bendecido por su patrona.
Fue allí, en un valle bañado por la luz dorada del amanecer, donde sus plegarias fueron respondidas. Bajo sus pies, la tierra escondía vetas de oro y metales preciosos, como si la propia Protea hubiese tejido su bendición en las entrañas del mundo. Con manos ásperas pero corazones firmes, comenzaron a excavar, rudimentarios al principio, pero siempre con un altar de piedra erigido en el centro de su campamento, un faro sagrado donde elevaban súplicas por protección, prosperidad y guía.
Los años transcurrieron y con ellos creció la fortuna de aquellos primeros colonos. Lo que alguna vez fue un campamento de lona y herramientas rústicas se transformó en una aldea bulliciosa, y la humilde piedra de su altar se convirtió en los cimientos de algo mucho mayor. La devoción de su gente alzó muros y techos; primero una capilla, luego un santuario, hasta que, con el correr de los siglos, se erigió el magnífico Templo de Protea, cuyas torres dominan hoy el corazón de Santa Protea, la orgullosa capital de Goldinfeit.
La gran ciudad amurallada de Santa Protea se alza majestuosa, un testamento viviente a la fe y la perseverancia de su pueblo. Más allá de sus murallas, como un anillo de guardianes eternos, se extienden las seis regiones que conforman el resto del reino, cada una nombrada en honor a los leones sagrados de Protea, aquellos que, según las crónicas más antiguas, fueron enviados para proteger la tierra bendita.
A estas regiones se las conoce como las Arcas, símbolo de resguardo y legado divino. Así, rodeando la resplandeciente capital, se alzan las tierras de Arca Permeo, Arca Rajnel, Arca Orbél, Arca Tairón, Arca Eidal y Arca Abdil, cada una con su propio carácter, su propia historia, pero todas unidas bajo el estandarte dorado de Goldinfeit.
Con el pasar de los siglos, la prosperidad de la nación no hizo más que consolidarse. En la actualidad, Goldinfeit se erige como un reino de riquezas incontables, su economía sostenida por tres pilares fundamentales: la minería del oro, que nutre las arcas del reino y engalana sus templos; la forja de armamento y armaduras, cuyas aleaciones son codiciadas por guerreros y señores de tierras lejanas; y la cría de los legendarios caballos proteanos, corceles de porte imponente y resistencia inquebrantable, cuya estirpe solo puede hallarse en estas tierras.
Goldinfeit no es solo un reino de riquezas y poder, sino una tierra donde la tradición y la fe han tejido un legado indestructible, una nación forjada en oro y acero bajo la mirada eterna de Protea.
Nemea Aurora Waiswel
Desde su nacimiento, Goldinfeit ha sido guiado por manos firmes y corazones devotos. Su primer gobernante, Aurelio Waiswel, no fue solo un líder, sino un visionario. Hombre de fe inquebrantable, condujo al grupo de fieles a través de la incertidumbre hasta hallar en Valle Lingote la tierra prometida que Protea les había reservado. Allí, con sudor y determinación, sembraron las semillas de un reino que, con el correr de los siglos, florecería en esplendor y riqueza.
Dieciocho generaciones después, el linaje de Aurelio aún portaba la corona, símbolo del pacto sagrado entre los Waiswel y su pueblo. En el trono se hallaba Paladio Justus Waiswel, un monarca cuya rectitud y sabiduría eran tan inquebrantables como los muros de Santa Protea. Bajo su gobierno, el reino alcanzó una era de auge sin precedentes: la minería prosperó, la forja local se convirtió en la envidia de los herreros de tierras lejanas, y las arcas del reino se colmaron con el fulgor dorado de sus recursos.
Sin embargo, Paladio no solo era un rey de oro y acero, sino también un padre. Su única hija, Nemea Aurora Waiswel, nació con la sangre de los leones y la bendición de Protea en su espíritu. Desde su infancia, sintió el llamado de la diosa, y al cumplir quince años dedicó su vida al servicio en el majestuoso Templo de Protea, corazón sagrado de la capital. Pero ser la heredera del trono implicaba más que devoción; debía ser la espada y el escudo de su pueblo. Así, su juventud transcurrió entre oraciones y entrenamientos, aprendiendo el arte de la estrategia, la disciplina del combate y la responsabilidad de la corona. Porque donde hay paz, siempre habrá sombras que buscan perturbarla, y es deber del monarca empuñar su espada junto a su pueblo cuando la guerra llama a las puertas.
Goldinfeit solo alzaba su estandarte en batalla por dos razones: para expandir sus dominios mineros o para defender sus riquezas de quienes osaban arrebatárselas. Y en tiempos de guerra, era el rey quien cabalgaba al frente.
Así fue cuando, en el vigésimo año de Nemea, su padre, el rey Paladio, marchó en campaña, ansioso por conquistar nuevas tierras ricas en minerales preciosos. Pero la ambición, cuando no es medida con sabiduría, puede ser un filo traicionero. En los campos lejanos donde su ejército se enfrentó a una resistencia inesperada, Paladio cayó. La corona de Goldinfeit rodó sobre el polvo ensangrentado, y la hija del león fue llamada a tomar su lugar.
A tan temprana edad, Nemea Aurora Waiswel ascendió al trono, con el peso de la historia sobre sus hombros y la mirada de todo un reino sobre ella. Pero no estaba sola. Su fe en Protea ardía con la fuerza de una llama eterna, y el Ejército Dorado, la élite de los guerreros de Goldinfeit, juró seguir su mando sin vacilación.
Gobernar, proteger, conquistar. Estas son las tres sendas que Nemea ha jurado recorrer. Como reina, vela por su pueblo con la sabiduría de sus ancestros, asegurando que la prosperidad de Goldinfeit jamás se marchite. Como protectora, defiende con garras de hierro toda riqueza forjada por el trabajo de su gente, aplastando a los invasores antes de que siquiera sueñen con tocar su oro. Y como conquistadora, extiende su mirada más allá del horizonte, pues en su mente y en su sangre está escrito un destino inquebrantable: el dominio de nuevas tierras, la expansión de sus minas, y la gloria de Goldinfeit grabada en la piedra y en la historia.
En su corazón arde el fuego de la diosa, en su mano refulge el acero del linaje Waiswel, y en su mente resuena una sola verdad: el oro y la guerra siempre han ido de la mano, y mientras ella reine, así seguirá siendo.
La historia original fue ideada, escrita y pertenece a ©Kingdom TCG™ al igual que todos los personajes mencionados. Posteriormente fue mejorada con el uso de ChatGPT para optimizar su claridad y fluidez, manteniendo la esencia original ideada por el autor.